domingo, 29 de marzo de 2015

Los bebés son personas... ¿no?

Sí, son personas. Aunque sean diminutos, no puedan hablar, no puedan valerse por si mismos, lo son. Pensar en los bebé como personas en desarrollo que merecen igual respeto que un adulto me ha llevado a analizar la forma en que la mayoría de los bebés son tratados: esto es, como si fuesen muñecos, o perteneciesen a otra especie que no es la humana.

Cuando un adulto está cansado, pide silencio, tranquilidad, es libre de quejarse si así lo desea, y se respetan sus deseos porque, claro, ¡está cansado! Cuando un bebé está cansado, no puede simplemente expresar su frustración y tratar de descansar. No. Se lo zamarrea, es pasado de brazo en brazo ("dejame que pruebe yo"), se lo saca a dar vueltas en auto, se lo obliga a NO dormir de la forma que el desea ("que no se duerma en brazos", "que no se duerma con la teta", "que duerma en su cuna", "ni se les ocurra dormir con él, después no lo sacás más de tu cama"), en otras palabras, no se lo respeta, muchas veces debe entreneter a aquellas personas que lo rodean hasta que su cansancio lo venza y pida a gritos un poco de tranquilidad, silencio y tiempo libre de estímulos.

Si un adulto tiene hambre, se sienta y come. No tendrá gente observándolo masticar, u opinando si ese bocado lo está comiendo de vicioso, o solo porque está aburrido. Los bebés, sin embargo, no pueden gozar de semejante lujo. Serán hostigados para comer cucharada tras cucharada de Nestum, avioncito mediante; se juzgará si están tomando la teta por hambre o si solo la están usando de chupete, como si hubiese una escala en donde la succión que nutre de calorías es más valiosa que aquella que nutre el alma, sacia el hambre de afecto y calma los nervios. Dios no permita que osen tomar pecho más allá del año y pico, no, se los considerará raros, igual que a sus padres, y serán foco de todo tipo de comentarios ignorantes de índole sexual.

Los adultos pueden decidir cómo, cuándo y quiénes los tocan. Los bebés, no. Se los levanta sin previo aviso, se los desnuda sin mediar palabra y se los limpia sin comentario alguno, como si fuesen cosas, o seres inanimados no dueños de sus cuerpos.

A los bebés se les festeja cada eructo, cada pedo es señalado oportunamente por un cuarto lleno de personas, que seguramente reirán y especularán que "se re cagó" o "está x cagar eh". ¡Qué suerte que tienen los adultos que nadie los humilla de esta manera!

Un bebé no puede descubrir el mundo por sí mismo, porque está rodeado de personas que lo descubrirán por él y para él. Van a mostrarle cómo debe jugar con cada juguete, de qué manera moverse, cómo sentarse, cómo pararse, cómo comer. ¿Qué pasaría si dejáramos a cada niño descubrir parte de su mundo por sí mismo? Seguramente alcanzarían cada meta más tarde, pero la alcanzarían por sus propios medios, y a su manera. 

Si antes de invadir el espacio de cada bebé con sonajeros, cosquillas, zamarreos y entretenimientos constantes nos limitáramos a observarlos y dejáramos que ellos nos enseñen cómo tratarlos, descubriríamos que saben muy bien lo que necesitan y son altamente capaces de comunicarlo. Sólo hay que ser capaces de respetarlos, como las personas que son.

jueves, 5 de febrero de 2015

Brindarse

Hoy es una de esas noches en las que mi hijo de casi 3 meses sólo duerme con el pecho en la boca, o sobre mi pecho. También fue uno de esos días en los que solo estuvo contento, también, con el pecho en la boca. Las horas de sueño de la noche anterior se consumen rápido y, cuando al fin se duerme profundamente a las 3.30 am, yo ya estoy desvelada, y agotada, y malhumorada, y todos los Y que se les puedan ocurrir -la mayoría negativos, por supuesto.

Entonces, mi hijo comienza a roncar suavemente. Lo abrazo un poco más fuerte. Huelo su cabecita tibia, su pelo y su aliento fresco, escucho su respiración profunda, rítmica, suave, y el malestar se va. El malhumor se diluye en el mar encabritado de mi puerperio a flor de piel y me invade una mezcla de amor puro y culpa inevitable.

Sigo desvelada, no voy a poder dormirme por un par de horas. Pienso. Salto de un pensamiento a otro, y, de repente, lo entiendo. Soy imperfectamente humana y estoy inexorablemente puérpera. Voy a enojarme, voy a agotarme y voy a morirme de amor por mi hijo todo al mismo tiempo, varias veces al día, por muchos días. Tal vez por el resto de mis días. Ya no soy la misma y eso está bien. Parte de maternar es aceptar ese cambio profundo que atraviesa el Yo madre y acompañarlo sin trabas ni presiones innecesarias.

Cuando comencé el camino -arduo, por cierto- hacia una maternidad más consciente, jamás creí que sería tan difícil. Y claro, no solo tenía que brindarme a los susurros velados de mis antepasados, sino que tenía que hacer oídos sordos a la sociedad moderna e ignorar más de una veintena de años de existencia puramente adultocéntrica. La crianza más instintiva –me resisto a llamarla “con apego” ya que busco regresar a mis raíces mamíferas sin adherir a una etiqueta– requiere un nivel de simbiosis con la cría que puede resultar agotador. Nuestra cría nos necesita de una forma tan absoluta que eclipsa cualquier necesidad ajena a su pequeño e indefenso ser. Esa necesidad primal contrasta profundamente con las imágenes de maternidad moderna con las que nos bombardean. Es una necesidad que, cuanto más la resiste el cuidador, más desesperada se vuelve. Si elegimos el camino de suplir completamente la necesidad de nuestra cría, vamos a tener que brindarnos en cuerpo, alma y mente.


Brindarme de esa forma tan irracional e incondicional a mi cría es, sin lugar a dudas, uno de los caminos más difíciles que he transitado. Sin embargo, en el proceso he aprendido más sobre mí misma que en cualquier otro momento de mi vida. Voy a enojarme, voy a agotarme y voy a morirme de amor varias veces al día, pero ya no puedo volver atrás, no puedo ignorar mi instinto, el llamado de la naturaleza y de aquel cachorro desvalido que nada entiende de imposiciones sociales y sólo busca seguridad, abrigo y alimento. Sólo busca MAMÁ. Mamá es lo único que necesita y todo lo que puedo brindarle, en la más perfecta de las ecuaciones.

sábado, 3 de enero de 2015

"Si querés llorar, llorá"

A casi dos meses de haber estrenado maternidad por 2da vez, me encuentro haciendo todo al revés de lo que dicta la sociedad, el pediatra, el verdulero, las tías viejas y la tele. Creo que eso es bueno! Por lo menos para mí, no creo en esas cosas que son buenas para todos y todas, ni en generalizar. 

En esta 2da vuelta me encuentro muy crítica de toda la basura consumista que rodea al mundo de las embarazadas y los bebés. Cosas que creo inútiles en un 95%.

Hamacas que vibran, hacen música y se mesen solas, móviles de colores con luces y música, gimnasios para que los bebés se "estimulen", centros de "actividades", bañeras que hacen burbujas y música... los necesitan los bebés para "distraerse" o los necesitan los adultos para que los bebés no molesten? Si ese bebé está cambiado, bañado, alimentado y en brazos y aún así llora, tal vez sea lo que necesite, desahogar alguna angustia profunda, materializar alguna frustración. Sin embargo, nos siguen vendiendo cosas de plástico para reemplazar el contacto humano y nos siguen sumergiendo en la cultura del "no llores" y el consumismo de objetos inútiles.

Tal vez Moria no estaba tan errada con su "si querés llorar, llorá!" just a thought.